viernes, 12 de marzo de 2010

THE DEADLY MANTIS (1957)

THE DEADLY MANTIS (1957)
Dir. Nathan Juran


• Guión: Martin Berkeley (guión), William Alland (Historia)
• Actores: Craig Stevens, William Hopper, Alix Talton
• País: Estados Unidos
• Clasificación: Animales e Insectos

Sinopsis:

Una Mantis Religiosa gigante y prehistórica, es liberada en el ártico gracias al deshielo. Ignorantes de este hecho, una base de radares militares norteamericana en el mismo ártico es víctima de la gigantesca criatura, así como un avión de la fuerza aérea. Intrigados por estos desastres, los militares logran recuperar una parte del exoesqueleto de la bestia, lo que ayudará al Dr. Nedric Jackson (William Hopper), un paleontólogo, a identificar al monstruo.

La identidad de la criatura queda corroborada entre los hielos del norte donde el Dr. Jackson, su amiga, la fotógrafa Marge Blain (Alix Talton) y el Col. Joe Parkman (Craig Stevens), son sorprendidos por la mantis en plena estación militar. Sobrevivientes a la furia del insecto gigante, los tres regresan a los Estados Unidos donde ya se planea una estrategia para detener al monstruo.

El insecto acaba por llegar a Washington D.C. para sembrar el terror entre sus pobladores. Los aviones militares intentan abatirla en el aire, pero resulta imposible y la criatura, mucho más veloz de lo esperado. Finalmente, después de haber descendido en la ciudad, la mantis es atrapada en el interior de uno de los túneles vehiculares de la ciudad, donde la fuerza militar le hará frente para detenerla.

Comentarios:

Dirigida por Nathan Juran quien realizará un año más tarde The attack of the 50 foot woman (1958), The deadly mantis no va más allá de lo esperado en una película de bajo presupuesto, aunque si tiene un obvio mensaje en mente: está hecha para presumir la capacidad tecnológica de las fuerzas armadas norteamericanas.

Desde el principio, un narrador nos ilustra sobre la utilidad del sistema de radares de los Estados Unidos y al poco tiempo seremos testigos de una gran variedad de aviones de guerra con los que cuenta el país, por supuesto, todas ellas son tomas de stock liberadas por el mismo Pentágono.
Resulta interesante observar como las fuerzas armadas guardan un lugar preponderante en la mayor parte de las películas de monstruos gigantes que parten de la época de los cuarentas, hasta los sesentas. Es notorio como la confianza de los norteamericanos se vuelca en su cuerpo militar, quienes en la mayor parte de estos filmes conforman el rol heroico. La triada conformada por un militar, un científico y la chica en turno se repetirá constantemente en otros filmes y seremos testigos de cómo esta relación se dará por lo general armoniosamente, sin problemas románticos que afecten el trabajo en grupo.

Esta vez la criatura no es despertada de su letargo hibérnativo por una explosión atómica. Es una criatura prehistórica de monstruosas proporciones quien sale a la superficie después de un deshielo. Esta vez, los experimentos militares no invocaron al desastre, sino que la milicia se convertirá en la salvadora indiscutible de la sociedad norteamericana y todo el dinero gastado en los sistemas de defensa habrán mostrado su eficacia e importancia en la salvaguarda del territorio norteamericano.

La criatura acaba descendiendo precisamente en la ciudad que simbólicamente representa al poder en los Estados Unidos, Washington D.C., y su llegada se inaugura con una imagen del insecto sobre el monumento a Washington, un gigantesco obelisco de 170 metros de altura. Sin embargo, como puede constatarse en otras películas como The black scorpion (Edward Ludwig, 1957), la civilización representa malas noticias para los monstruos gigantes, porque por lo general son abatidos en el corazón mismo de la sociedad que han amenazado, reforzando la imagen del la civilización – occidental en este caso- , como la de una estructura cuya conformación representa seguridad y protección para sus habitantes.

Esa migración del insecto gigante del paisaje salvaje a la modernidad, carga con un simbolismo muy obvio y representa muchas de las veces ese divorcio del mundo actual entre lo “civilizado” y estructurado, contra lo “salvaje” y caótico del mundo natural. El verdadero mundo natural parece ser verdaderamente un lugar amenazante y peligroso, sumamente imprevisible, de donde nacen muchos de nuestros miedos. El progreso, la tecnología y en si todo lo “civilizado” nos otorgan un marco de leyes y reglas que nos garantizan la predictibilidad, la seguridad y la confianza. Conocer el entorno nos permite pues, vivir sin miedo.

Muchas veces este miedo es representado por figuras de la naturaleza que nos resulta repugnantes por su extrañeza, su físico o por su impredictibilidad. Mientras que algunas especies animales pueden ser, dentro de lo que cabe, fácilmente amaestrados, como los perros y los gatos, hay otros que siempre permanecerán en el reino de lo salvaje. Los insectos son un ejemplo de ello. Muchas pesadillas cinematográficas se han centrado en estas criaturas a las que tememos, en especial aquellas que resultan ponzoñosas y cuyo ataque por lo general es sorpresivo como las arañas, las tarántulas, los alacranes y las serpientes. Su irrupción en nuestro medio nos recuerda que somos vulnerables en varios aspectos. Su tamaño les permite ingresar a nuestro mundo sin ser detectados y sus herramientas de ataque, como los venenos, los convierten en mortales.
La mantis no es una especie realmente peligrosa para ningún humano, pero su impresionante forma, casi extraterrestre, la convierte en una figura que crea escalofríos con solo verla.


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